Tengo fe en que el
día de mañana será mejor aprovechado.
Quiero irme a
dormir, pero además de cansancio (o ante la ausencia de cansancio) siento el
pesado aplomo que barre mi ego. Creciente especulación da lugar a mal
presentimiento que apoya la hipótesis de mi existencia inútil. Puede ser que ya
no pueda aprender. Puede ser que mis tiempos se dilaten ahora más que antes,
que estos últimos días sean un preámbulo de los próximos años, y que dentro de
un mes ya desista de corroborar los pensamientos que hoy no me dejan pegar el ojo
en la almohada.
La tarde no
fue poca cosa. ¿En el estudio se ensanchan las dificultades?
¿Es en la soledad
que el individuo aprende?
¿Se aprende algo en
grupo?
¿Es verdad que se
puede, se debe, o se repara al menos en la compañía?
Hay una ficción que
separa las posibilidades de las imposibilidades: claramente posee, como toda
ficción, certificados escritos y sellos que la declaran existente, y por la
misma razón todo el mundo termina por creer que existe. Entre otras ficciones,
la compañía, no se hace evidente más que en la absoluta soledad.
Espero tu sonrisa de
día siguiente, la que me ofrece el pan de todas las mañanas, para que me haga
estirar la metáfora del día, la del almuerzo, la de la cena, la de la caminata
nocturna que no llega nunca.Espero que me presente la posteridad.
Espero siempre.
¿Se aprende algo en
grupo? Nunca queda claro si es más bien cómodo o simplemente burocrático. Se
hace para ahorrar tiempo, para economizar en formato, para aglutinar opiniones.
Se hace por puro interés estadístico.
Las escuelas si no, ¿para
qué están? Los presentes de cada profesión, las combinaciones del oficio, los
pesados llamamientos a enrolarse en las listas de un papel que los dirija, a
todos ellos, a los desocupados, los ocupadísimos, los que perciben un sueldazo,
los que no tienen nada que comer, los que desentierran pedazos de algo para que
vos mientras puedas estar sentado en tu languidez opaca que descansa en el
certificado de papel enmarcado justo por encima de la mesa del teléfono,
haciendo juego con el amarillo de la pared del living ¿para qué están?
Probablemente por
puro interés estadístico. La inercia lo descubre cuando se sienta frente a su
portátil a leer el diario, mientas encuentra a otros en la misma pérdida de
tiempo que desparrama sus aristas sobre la variedad del consumo. Cuando se
encuentran un teléfono y un telefonista, o un encendido y un encendedor, o un
tipo con corbata y un montón de balances que vencen la semana que viene. Cuando
aparecen después caminando por la calle de andá a saber qué ciudad dentro de unos años, y desde lejos en el reconocimiento se arrugan sus causas pasadas,
sus presentes alternativos y todas las costillas se mueven 0.01 centímetros por
la sorpresa. Ahí, en la otra punta del mundo, a donde fuiste a buscar no
encontrar a tus pesadillas compañero de banco en la primaria, ahí, justo en la esquina
del frente, a punto de cruzar la calle, cuando el semáforo da el verde ya sabés
que viene y se acerca, contra tu voluntad de extranjero y fugitivo, el cuco.
El saludo recuerda
el pensamiento estadístico. Justo nos venimos a encontrar acá. Gran casualidad.
Qué chico es el mundo, como está tu mamá, que fue de tu hermana menor,
etcétera.
Justo. Vos, de todos
en el mundo, de toda la gente de esta ciudad rumiante te vengo a encontrar a
vos que no ibas a estar a menos que estuvieras.
Y juntos aprendimos
que estábamos separados, nuevamente, por el paso del tiempo.
Tengo fe en que el
día de mañana será mejor aprovechado.
Quiero irme a
dormir, pero además de cansancio (o ante la ausencia de cansancio) siento el
pesado aplomo que barre mi ego.
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