6.3.14

Otras vergüenzas: miopía.

Tengo fe en que el día de mañana será mejor aprovechado.
Quiero irme a dormir, pero además de cansancio (o ante la ausencia de cansancio) siento el pesado aplomo que barre mi ego. Creciente especulación da lugar a mal presentimiento que apoya la hipótesis de mi existencia inútil. Puede ser que ya no pueda aprender. Puede ser que mis tiempos se dilaten ahora más que antes, que estos últimos días sean un preámbulo de los próximos años, y que dentro de un mes ya desista de corroborar los pensamientos que hoy no me dejan pegar el ojo en la almohada.

La tarde no fue poca cosa. ¿En el estudio se ensanchan las dificultades?
¿Es en la soledad que el individuo aprende?
¿Se aprende algo en grupo?
¿Es verdad que se puede, se debe, o se repara al menos en la compañía?

Hay una ficción que separa las posibilidades de las imposibilidades: claramente posee, como toda ficción, certificados escritos y sellos que la declaran existente, y por la misma razón todo el mundo termina por creer que existe. Entre otras ficciones, la compañía, no se hace evidente más que en la absoluta soledad.

Espero tu sonrisa de día siguiente, la que me ofrece el pan de todas las mañanas, para que me haga estirar la metáfora del día, la del almuerzo, la de la cena, la de la caminata nocturna que no llega nunca.Espero que me presente la posteridad. 
Espero siempre.

¿Se aprende algo en grupo? Nunca queda claro si es más bien cómodo o simplemente burocrático. Se hace para ahorrar tiempo, para economizar en formato, para aglutinar opiniones. Se hace por puro interés estadístico.

Las escuelas si no, ¿para qué están? Los presentes de cada profesión, las combinaciones del oficio, los pesados llamamientos a enrolarse en las listas de un papel que los dirija, a todos ellos, a los desocupados, los ocupadísimos, los que perciben un sueldazo, los que no tienen nada que comer, los que desentierran pedazos de algo para que vos mientras puedas estar sentado en tu languidez opaca que descansa en el certificado de papel enmarcado justo por encima de la mesa del teléfono, haciendo juego con el amarillo de la pared del living ¿para qué están?

Probablemente por puro interés estadístico. La inercia lo descubre cuando se sienta frente a su portátil a leer el diario, mientas encuentra a otros en la misma pérdida de tiempo que desparrama sus aristas sobre la variedad del consumo. Cuando se encuentran un teléfono y un telefonista, o un encendido y un encendedor, o un tipo con corbata y un montón de balances que vencen la semana que viene. Cuando aparecen después caminando por la calle de andá a saber qué ciudad dentro de unos años, y desde lejos en el reconocimiento se arrugan sus causas pasadas, sus presentes alternativos y todas las costillas se mueven 0.01 centímetros por la sorpresa. Ahí, en la otra punta del mundo, a donde fuiste a buscar no encontrar a tus pesadillas compañero de banco en la primaria, ahí, justo en la esquina del frente, a punto de cruzar la calle, cuando el semáforo da el verde ya sabés que viene y se acerca, contra tu voluntad de extranjero y fugitivo, el cuco.

El saludo recuerda el pensamiento estadístico. Justo nos venimos a encontrar acá. Gran casualidad. Qué chico es el mundo, como está tu mamá, que fue de tu hermana menor, etcétera.
Justo. Vos, de todos en el mundo, de toda la gente de esta ciudad rumiante te vengo a encontrar a vos que no ibas a estar a menos que estuvieras.
Y juntos aprendimos que estábamos separados, nuevamente, por el paso del tiempo.

Tengo fe en que el día de mañana será mejor aprovechado.

Quiero irme a dormir, pero además de cansancio (o ante la ausencia de cansancio) siento el pesado aplomo que barre mi ego.

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