No recuerdo la última vez que vi correr sangre.
O no era maltrato, era estabilidad.
Todos ellos, bailan en la mesa reservada, la mesa de la que
se acaba de levantar el más ebrio, sacado de prisa por alguno más interesado en
tu comodidad, que en la suya.
En la mesa que te espera siempre hay una silla que no se
adapta, pero se la dejás a tu compañera; ella se cae y con suerte, se rompe una
pierna.
Te metés en el rincón y terminás cada vaso que se posa.
Una pérdida de tiempo, pero modestamente.
Ojalá hubiera algo mejor por lo que perder el tiempo.
Ojalá no hubieran tantas ilusiones de compañía.
La gente va a dejar de escribirle a la compañía.
Ahora no queda otra cosa que internet.
Y es monstruoso, no cabe la posibilidad del aislamiento, y
no cabe tampoco la de la creatividad.
NO FUERA DE LOS MÁRGENES DE LA PEQUEÑA VENTANA QUE ASOMA EN
EL MÁS PRÓXIMO HORIZONTE.
Viene ahora la parte en la que suena con matices un poco de
ruido de avenida congestionada, en el horario más inconveniente para tomar el
colectivo.
Viene la parte en la
que todos tiemblan porque piensan que van a hablar de ajuste, de patacones y de
radios en el trueque.
Ahora los trueques también reformaron sus estadísticas, sus
desmanes, sus dispositivos reunidores de gente.
Sospechas de amalgama
entre necesidad y ocio.
Que mezcla peligrosa.