21.6.15

Improvisación/Sumisión II (pero fuera de los márgenes)

No recuerdo la última vez que vi correr sangre.

O no era maltrato, era estabilidad.


Vas a un bar que tiene una mesa reservada imaginariamente con tu nombre, no tienen otros ritmos que resuenen en tus piernas, sin embargo tienen chapas, y nombres, tus nombres, tus apodos, tus detalles que quedan en la superficie, para las identidades.
Todos ellos, bailan en la mesa reservada, la mesa de la que se acaba de levantar el más ebrio, sacado de prisa por alguno más interesado en tu comodidad, que en la suya.
En la mesa que te espera siempre hay una silla que no se adapta, pero se la dejás a tu compañera; ella se cae y con suerte, se rompe una pierna.
Te metés en el rincón y terminás cada vaso que se posa.
Una pérdida de tiempo, pero modestamente.
Ojalá hubiera algo mejor por lo que perder el tiempo.
Ojalá no hubieran tantas ilusiones de compañía.
La gente va a dejar de escribirle a la compañía.
Ahora no queda otra cosa que internet.
Y es monstruoso, no cabe la posibilidad del aislamiento, y no cabe tampoco la de la creatividad.
NO FUERA DE LOS MÁRGENES DE LA PEQUEÑA VENTANA QUE ASOMA EN EL MÁS PRÓXIMO HORIZONTE.
Viene ahora la parte en la que suena con matices un poco de ruido de avenida congestionada, en el horario más inconveniente para tomar el colectivo.
 Viene la parte en la que todos tiemblan porque piensan que van a hablar de ajuste, de patacones y de radios en el trueque.
Ahora los trueques también reformaron sus estadísticas, sus desmanes, sus dispositivos reunidores de gente.
 Sospechas de amalgama entre necesidad y ocio.

Que mezcla peligrosa. 

28.5.15

Charadas

Es que la gente se acostumbra (y yo con la gente soy un colectivo atrasado) a pensar para siempre. Es que la gente se acostumbró a beber. Y yo con la gente.
Vivo el mundo de Anselmo el tuerto que vaga.
Y camino, si cierro los pasos, sobre el adoquinado que llueve a veinte horas en avión (allá, lejos).
Me río.
Viajo en un auto con chofer a quien sabe cuántas lumbalgias por espera.
Y ahí voy, flotando.
Flotando en un auto negro que se desliza por las autopistas.
La luz de mi cuarto no cubre ese paisaje.
Mi gato confabula.
La luz en mi cuarto ni siquiera hace silencio.
Ya es un cuarto muy viciado.
Mi cuarto también está cansado de mí. Quiere que me vaya.
Que me deje estar sobre él por última vez estos días y después por fin me largue. 
Puedo tomar esa decisión también. Hacer de cuenta que es otra época, sentarme a escribir y leer, y no hacer nada más.
Quizá debería cancelar el servicio de internet cuanto antes.
Quizá me hacía bien, no?
Es que tengo muchas cosas que hacer y pospongo mi existencia en la virtualidad.
La del futuro.
La del alcohol.
La de la red que provee paisajes esquemáticos.
Pero en todo caso siempre, aunque se opongan las estaciones, los horarios, las esquinas llenas de polvo. Aunque se estacionen en mi suelo gérmenes angostos y groseras paredes se achiquen de apoco empujándome. Aunque todo el sol se duerma la tarde y me haga pensar que es de noche, aunque el reloj se derrita en las manos de plástico, aunque con todas estas florecidas idioteces me salgan aún más excusas.
Aunque el agua se acabe.
Mi gato confabula.

Tengo la impresión de que va a salirse por la ventana, volando, y que a su vuelta traerá una cerveza en su hocico.
Pero se hace el desentendido.
Cree que no lo observo cuando desarma con sus patas de acero los olvidos que pueblan mi cómoda de madera. Robada e improvisada.
Creo penas.
Y vasos insípidos.
Adriana, Adriana, Adriana.
Vuela en mi cabeza tu estupidez. 

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